Llamada de larga distancia
Hace mucho tiempo que hago psicoterapia, para ser exacta, desde el primer semestre de la universidad. Unos años más tarde comencé a hacer psicoanálisis e incursioné en el diván de mi psicóloga, en la Florida, Caracas, durante ocho años. Me tenía estudiada cada grieta del techo durante esos minutos interminables de silencio que a veces se producen en la sesión, entonces fantaseaba dándole forma a cada fisura como lo hacemos con las nubes los días encapotados. Se puede decir que estaba a “walking distance” de mi psicoanalista, a una distancia muy corta de mí misma.
Sigo haciendo psicoterapia, pero al emigrar, ahora es de manera virtual. La vida cambia, las situaciones también, se hace necesario hacer ajustes y adaptaciones. La distancia se alargó, pero no la afectiva, aunque debo confesar que a veces siento que me asecha el desarraigo y lucho contra él para que no me persiga. Nunca pensé que podía acostumbrarme a ver a mi psicóloga por Skype, pero lo logré.
Cada día estoy más convencida que toda la experiencia en mí mundo de la psicología me estuvo preparando para este momento. Mario Alonso Puig, a quien admiro, dice que en la vida “Hay que seguir preparándose - refiriéndose a la formación profesional- para estar listos cuando se presente la oportunidad”. Algo parecido pasa con la vida.
Provengo de una familia emigrantes, mi abuela llegó a Buenos Aires desde Palma de Monte Chiaro, Italia a principios del siglo pasado. Mis padres, mi hermana mayor y yo, con sólo ocho meses de nacida, emigramos de Argentina a una ciudad inhóspita para la época en el interior de Venezuela, para luego mudarnos a Caracas. Allí me desarrollé y con los años formé mi propia familia, entonces llegaron Rodrigo y Emiliana, mis dos hijos queridos y con ellos los retos como madre. Pero cuando hablo de reto, me refiero a que formamos parte de una comunidad de familias especiales, con necesidades especiales y una nueva visión muy especial de la vida. La realidad del país sumada a nuestra propia situación familiar, nos llevó a emigrar a USA. Las mudanzas son sinónimos de movimiento. No se puede evitar que se mueva el piso emocional, es como una arena movediza que a veces te tira hacia abajo. Cuando se toma la decisión de irse del país, todos lo hacemos con esperanza de ofrecerle una mejor vida a nuestros hijos. Cada familia tiene una historia particular pero lo cierto, es que el camino no es fácil.
Son muchas situaciones que generaron cambios en mi vida en pocos años. El nacimiento de mi hija, con una condición especial, la emigración, despedirme de nuestra familia y amigos e irse a otro país; una ciudad diferente, con códigos, lenguaje, calles, clima, todo diferente, además, la imposibilidad de trabajar en mi profesión, que considero una discapacidad, y ahora, el divorcio.
Aunque el tsunami interno sea brutal, todos los días salgo a navegarlo. A veces siento que estoy en una lancha con motor fuera de bordo y avanzo de a poco, otros días siento que estoy en una canoa, muy precaria, donde se hace muy difícil remontar las olas, pero cuando enciendo mí computadora y me conecto a mi terapia, siento que avanzo a la velocidad de crucero y desde la cubierta, a lo lejos, puedo divisar el inmenso horizonte que es la vida, entonces me siento en la silla de mi escritorio y comienzo a saborear el coco de una piña colada, almacenada en la memoria gustativa de mis papilas, mientras siento bajar por mi nuca, una pequeña gota de sudor que la brisa del mar seca con suavidad para poder sobrellevar y disfrutar del camino.